Reseña de Lxs Colectiverxs, Lurawi,
el hacer. Una experiencia anarco-ch’ixi,
en Colectivo 2, Jallupacha 2011 –
2012.
From: xx yy@gmail.com
To: pequeniascarnivoras@hotmail.com
Subject: Reseña
Date: Sat, 9 Jul 2016 18:51:03
To: pequeniascarnivoras@hotmail.com
Subject: Reseña
Date: Sat, 9 Jul 2016 18:51:03
Es respetable que un grupo de intelectuales de clase media,
autoidentificados como anarquistas, decida participar en la construcción de su
propio centro cultural, bajo la dirección de un maestro albañil y, sobre todo,
que dos de sus miembros trabajen como sus ayudantes. Esta crónica, sin embargo,
en una actitud típicamente clasemediera, lo presenta como algo heroico. A pesar
de haberse publicado hace cuatro años, nadie lo ha reseñado o criticado. Espero
no ser la única.
Lo que podría haber sido una rica descripción del proceso de construir
una casa y de las dificultades que tiene que enfrentar un grupo de
académicos al dedicarse al trabajo de
construcción y de horticultura, al que no están acostumbrados, termina siendo
una declaración de principios abstractos, de clichés de izquierda vegetariana, una
sucesión de reflexiones superficiales sobre la modernidad, el dinero, la basura,
y una repetición de la doxa esotérica sobre lo andino, siempre redituable en
círculos letrados.
Así, nunca se le deja saber a la lectora cómo estuvo organizado el
trabajo, qué tipo de trabajos concurrieron, cómo se le pagó al maestro y a sus
ayudantes, qué tipo de voluntarios hubo, cuántos días duró la construcción,
cuáles era las ocupaciones de los participantes tales que les permitían dedicar
su tiempo libre a la construcción de la casa, entre otras. ¿En quiénes recayó
la mayoría del trabajo? ¿No hubo colectiverxs que iban una vez por semana,
movían una tabla, se sentaban a mascar coca y se iban? Tampoco hay mucho sobre
la experiencia de construir la casa en sí. Se habla de adobes, de dinteles, de
puertas, de cimientos, todo en términos generales.
Al parecer, la experiencia de crecimiento espiritual, a momentos
mística, que ha resultado para los colectiverxs su encuentro con el trabajo
manual (su ‘diálogo con la materia’), los ha privado de pensar que su
experiencia es probablemente distinta a la de los albañiles, carpinteros y
constructores que se dedican por entero a estas ocupaciones, y para quienes el
trabajo físico no necesariamente representa un “potencial liberador” y, por el
contrario, si consideramos los reportes de inseguridad laboral, su exceso
representa un ‘mal en potencia’. Ajenos a este tipo de consideraciones,
sintiéndose parte de una ‘energía vital que atraviesa generaciones y épocas’
(65), unx de los colectiverxs no duda en escribir cosas como la que siguen:
Puedo ver el trabajo físico como un potencial liberador del cuerpo, porque puede liberar a la gente de los gimnasios, del consultorio del nutricionista, de las clínicas de cirugía estética, de la obesidad a la que lleva el sedentarismo, la inacción… (Arnez: 67)
Si se trata de un ‘ejercicio ético’ de intelectuales y universitarios,
me cuesta ver cómo es posible, a partir de dicho ejercicio, derivar semejantes
recomendaciones de micropolítica pública (perdón por la contradicción). Y
después, parece que el autor, que aquí ya bordea la autoayuda para
intelectuales, piensa que ‘la gente’ es básicamente la gente de clase media,
porque es dudoso que los albañiles bolivianos vayan al nutricionista, o sean
obesos, o se sometan frecuentemente a cirugías estéticas.
Otrx colectiverx ofrece el mismo tipo de banalidades planetarias:
… El trabajo material es algo que debe hacerse sí o sí. No puede esperar. Necesita de toda la fuerza y compromiso porque si no se hace bien no sirve para nada. Si uno no utiliza todo el rigor para hacer una casa, jamás se sostendrá en pie, o se caerá… Si uno no deja todo de sí en la siembra y la cosecha, se muere de hambre. La materia no puede ser moldeada más que a través del verdadero trabajo. (Murillo: 72)
… en realidad solamente jugamos a la oficina hueveando frente a una máquina mientras pensamos que lo realmente importante está detrás de un escritorio y no en el espacio que nos sostiene (sea rural o urbano), donde se dialoga con el adobe para que nos siga nutriendo, donde se dialoga con la materia para que nos siga protegiendo. (Murillo: 73)
Después de leer este elogio dicotómico del trabajo manual – que me hace suponer
que después de esta experiencia el autor se habrá matriculado en algún curso de
carpintería o al menos habrá aprendido horticultura, y habrá dejado, por lo
menos parcialmente, sus ocupaciones académicas – sólo puedo pensar que estx
colectiverx, no sabe muy bien de lo que habla. ¿Habrá pasado alguna vez más de
unas horas dedicado al trabajo manual o a escuchar en serio a quienes lo
practican? Cualquiera que haya charlado un rato con albañiles o agricultores
sabe que una casa puede estar mejor o peor hecha (sin que esto signifique que
vaya a desplomarse),o que una huerta puede deshierbarse con mayor o menor
detalle (lo que afectará la cosecha pero no significará necesariamente ‘morir
de hambre’). Aceptarlo, sin embargo, habría significado renunciar a una retórica
a la que colectivx que necesita declararse irreverente no puede renunciar.
Manteniendo el mismo vuelo analítico, lo que se dice acerca de la
modernidad no supera el sentido común y el sentimentalismo de la izquierda new age:
La modernidad nos vuelve negligentes. Puedo dejar todo botado en cualquier lado porque alguien se encargará de levantarlo por mí. Puedo ensuciar todo a mi paso porque alguien recogerá la basura por mí. (Murillo: 73)
Al igual que en primera cita que he elegido para esta reseña, este
colectiverx no se da cuenta de que no es la
modernidad lo que está describiendo, sino las condiciones de existencia de
la burguesía boliviana. Cualquiera
que sea un poco menos gil se da cuenta de que no es la modernidad, por sí misma, la que ha puesto a estos intelectuales
en sus escritorios. Después de todo, la modernidad ha visto surgir formas
manuales de esclavitud contemporáneas y la formas de explotación redoblada.
Es sorprendente, también, la facilidad con que los colectiverxs hablan
en términos de híper teoría, que en los peores casos ni siguiera comprenden
… desafiamos la hegemonía del binario cartesiano que nos ha educado a dividir cuerpo de mente y somos unx. (Montellano: 87)
Hasta donde entiendo, el cartesianismo no es binario, sino dualista, y la
división del trabajo no se origina necesariamente en la idea de la separación
entre mente y cuerpo, sino que está relacionado, como se ha argumentado desde
la sociología y la antropología clásicas, con la complejización y estratificación de una sociedad. Pero, ¿por
qué pensar en variables estructurales cuando podemos dar vueltas sobre nosotras
mismas, sobre las decisiones que hemos tomado ‘con respecto al consumo de
algunos alimentos y productos del mercado’ (Montellano: 84)? No sé si es
necesario decir algo acerca de lo exagerado que es suponer que los ejercicios
espirituales de unxs cuantxs intelectuales de clase media desafía realmente la división del trabajo.
*
La sensei Rivera es grande,
pero siempre que habla de sus frecuentes viajes aéreos entre continentes, me
pregunto si no siente algún remordimiento ecológico. Y luego, compara su
trabajo en su huerto con el de Pasteur en su laboratorio, no es la más modesta
de las pensadoras bolivianas. También dice que ‘el gasolinazo de diciembre
terminó por volver[la] vegetariana’, con lo que una tendría que pensar que el
salario como profesora emerita de la UMSA y profesora invitada de Columbia no le alcanza. Y para haber sido
cocalera, como declara en más de una entrevista[1], no parece muy hábil para
el trabajo manual ¡Tres semanas lijando una puerta!
(Continuará…)
[1]
Aunque los rumores afirman que más bien se dedicaba a cuidar unos cuantos
arbustos en una casa de veraneo de Coroico.
*
Éste es blog no es un grupo cerrado más. Recibimos contribuciones, propuestas o cualquier otra cosa en pequeniascarnivoras@hotmail.com.
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