Reseña: Sebastián
Morales, Una estética del encierro:
Acerca de una estética del cine boliviano, La Paz, s. ed., 2016, 60 Bs.
A diferencia de la
crítica cinematográfica que se concentra en las representaciones o los
contenidos, M. opta por lo que llama
un análisis formal (aunque es más un análisis estilístico, ya que la forma implica también el contenido ideológico).
Entre los hallazgos más interesantes que permite esta perspectiva, está el que,
a pesar de las variaciones temáticas, no hay una ruptura radical entre el boliviano
del celuloide y el cine digital. Como dice el autor, en el cine boliviano “hay
gestos formales y discursivos que se mantienen sorpresivamente.”(10).
Ahí radica lo mejor del libro. A partir de comparaciones minuciosas queda demostrado que hay una asombrosa uniformidad - casi un habitus visual – entre todas las películas que M. elige y que, vistas en conjunto, ofrecen el nuevo canon de la joven crítica boliviana. A M. no le gusta polemizar (ni pelearse con nadie), y por eso no lleva esta observación a sus extremos. Pero ahí está, esperando a algúnx valiente que se anime a interpretarlas.
…
El análisis
estilístico le permite al autor hacer observaciones que otros comentaristas menos
cuidadosos pasan por alto, como vincular elecciones formales con sus
implicancias narrativas más amplias. Por ejemplo, en Los viejos, M. relaciona la aguda reducción de la profundidad de campo
a la incapacidad de lidiar con el peso presente de la historia, que sin embargo
se intuye descomunal.
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Por otro lado, puedo
decir que, así como las películas que analiza no rompen con el canon, este
libro no rompe – en lo fundamental - con la tradición de la crítica boliviana.
Aunque M. se dedica a las elecciones estilísticas de las películas que revisa, sobre
todo a la elección de encuadres, movimientos de cámara y montajes, hace esto
sólo para desembocar, en un movimiento paradójico, en una suerte de sociología
superficial de la sociedad boliviana. A M.
las películas parecen interesarles sobre todo como una forma de trabajo de
campo, un pretexto para explicar el país.
Y, como la mayoría
de críticxs, a M. no le va bien
cuando se dedica a esa sociología de gabinete. Leemos lo que hemos leído tantas
veces, que en Bolivia hay 36 naciones
indígenas ancestrales, que el proceso de cambio golpeó decisivamente los
intereses de la burguesía boliviana, que los
aymaras, tratados como una unidad étnica, tienen una concepción del tiempo
circular, que “para el guaraní, la palabra está ahí para ser dicha” (69, ¿de dónde saca esto?) y que ‘la migración es un proceso autodestructivo”
(121). No importa que gente más inteligente y dedicada haya problematizado
todas estas afirmaciones, M. las repite y, como muchos otrxs críticxs, juega a
intelectual público sin la preparación necesaria – algo que, por cierto, ya había
notado Quintín en su nota sobre un texto de M. publicado como parte del catálogo del último A
Cielo Abierto. *
Un verdadero
análisis formal no tendría que descuidar una lectura ideológica de los filmes,
una lectura aguda, pero esto requería mucho más dominio teórico del que exhibe M.
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Además, M. muestra un aislamiento y
enclaustramiento preocupante en un tiempo en el que unx puede leer Cinema Scope, Senses of Cinema, o puede descargarse gratis casi cualquier cosa
sobre cine. La mayoría de referencias teóricas de Una estética del encierro provienen de hace veinte años o
más, las películas bolivianas analizadas son puestas en relación sobre todo con
otras películas bolivianas, las discusiones ideológicas refieren a discursos
demasiado simples – como los que he mencionado arriba – y no hay un jodido intento de relacionar el cine
que se hace en este país con lo que está pasando en el resto del mundo.
¿Quién carajo puede sorprenderse, como hace el
autor, de que hoy abunden las imágenes de ruinas y chatarra en una película?
¿No dice en la contratapa que ha estudiado filosofía? ¿En verdad puede ignorar
el ecologismo o la legión de críticas al desarrollismo de los últimos años? Imágenes así sólo resultan sorpresivas bajo un
horizonte muy estrecho.
En ese sentido, Una estética del encierro resulta un título sintomático y desafortunado.
El pensamiento de M. es un
pensamiento enclaustrado en la tradición de los Bolivian studies.
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Para terminar, a
diferencia de otros libros de cine que estoy leyendo, no puedo decir que haya
disfrutado del libro de M., aunque no puedo negar que me ha hecho pensar. He
leído libros de cálculo diferencial que son más vibrantes que éste: su estilo avanza morosamente, haciendo sus puntos, sin ofrecer sorpresas,
inexpresivo, abusando de la voz pasiva y los adverbios, a la manera de sus
análisis elogiosos y medidos, según los cuales las películas parecieran ser, a lo mucho, una sucesión de movimientos de cámara, encuadres y encadenamientos, sin
vida.
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En suma, un libro interesante,
superior a otros comentarios que se hacen pasar por análisis cinematográfico, pero
lastrado por la hubris intelectual del
autor. Tal vez habría que recomendarle, usando sus propias palabras, que para
la próxima sustituya “la mirada sociológica por una que privilegi[e] la
fascinación” (44). Total, si unx quiere leer mala sociología tiene suficiente con los últimos libros de García Linera.
A nosotrxs lo que nos interesa es el cine, las visiones, los trances.
A nosotrxs lo que nos interesa es el cine, las visiones, los trances.
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