Rodrigo Hasbún, Los afectos, Random House – El Cuervo, La Paz, 2015; 80 Bs.
Para varios de sus críticos y sus lectores, incluyéndome, la narrativa de Rodrigo Hasbún representó una apertura en la literatura boliviana, sus cuentos y su primera novela establecían una alternativa frente a los bestsellers neocostumbristas, su crítica a la literatura de los escritores mediocres, burócratas a sueldo que escribían durante el fin de semana, refrescaba un campo literario que tiende hacia el conformismo y la mojigatería.
Para varios de sus críticos y sus lectores, incluyéndome, la narrativa de Rodrigo Hasbún representó una apertura en la literatura boliviana, sus cuentos y su primera novela establecían una alternativa frente a los bestsellers neocostumbristas, su crítica a la literatura de los escritores mediocres, burócratas a sueldo que escribían durante el fin de semana, refrescaba un campo literario que tiende hacia el conformismo y la mojigatería.
Leyendo, hace
dos años, Los días más felices y, el
año pasado, Cuatro, sus libros de
cuentos más recientes[1], comencé a tener la
sensación de que, en la mayoría de sus relatos, sus temas, sus exploraciones y
su lenguaje, comenzaban a agotarse, y que, a la par que este agotamiento, en
ellos también se notaban sutiles intentos por encontrar nuevos caminos, que no terminan
de aclararse. Recuerdo, al notar esto, haber pensado que si Hasbún no
encontraba maneras de moverse, de variar, de experimentar, su narrativa
terminaría estancándose, hacerse predecible, la melancolía y el intimismo, sin
la rabia y una cierta ingenuidad adolescente, se habían hecho demasiado
cómodos.
Los afectos, su publicitada novela, anunciaba ese
posible desplazamiento. Una novela basada en experiencias históricas, que se
aproximaba, a través de la vida de una familia de inmigrantes alemanes, a la
exploración, a los desencuentros culturales, a la guerrilla y al radicalismo
político, parecía un acierto, una inteligente forma en que la intimidad y el
bullicio de la vida colectiva podrían narrarse, una manera en que Hasbún podría ser fiel a sí mismo y, al mismo
tiempo, traicionarse[2].
Esta última novela es, en efecto, un desplazamiento en la
obra de Hasbún, pero no es la novela que había esperado. Es, de algún modo, un
paso en falso, un retroceso, un salto al vacío con paracaídas.
Desde
sus primeras páginas, me ha parecido que, a diferencia de sus libros
anteriores, Los afectos es una novela
que tiende al didactismo, a la acotación sociológica, a la orientación turística.
Desde el principio, los personajes / narradores en la novela de Hasbún, están
explicándonos, de manera apresurada y superficial, la historia de Bolivia, su
geografía, sus lugares comunes. Paitití, el capítulo en el que esto es más
notorio, parece un capítulo pensado para estudiantes de un college deseosos de encontrar un libro que los prepare para la
experiencia boliviana.
La
contención y la concisión del estilo, elogiadas como si, por sí mismas, fueran
interesantes o valiosas, hacen, por el contrario, que el lenguaje de la novela
sea monótono, acartonado, el de un alumno aventajado de una clase de español
internacional. En sus cuentos y en su primera novela, un cierto minimalismo
permitía que el contrapunto con los silencios permitiera emerger momentos
decisivos y que, de algún modo, lo que no se decía tiñera de una belleza
trágica lo aparente, pero en Los afectos el
lenguaje me parece excesivamente neurotizado, reprimido, de un cosmopolitismo
impostado, fácilmente comercializabe (en ningún otro lado Hasbún se había
alejado tanto de su admirado Bolaño). Una novela sobre alemanes inmigrantes a
un país multilingüe, fracturado, podría haber motivado a tomar riesgos e
innovar, pero el estilo de Hasbún desemboca en una lengua sin densidad de
ningún tipo, no sólo histórica, sino tampoco literaria, que apenas si se eleva
por encima de las funciones comunes del lenguaje, y mucho menos lo interrumpe o
lo fuerza. Las pocas veces que Hasbún intenta recrear el habla popular, el resultado es patético.
Esta
monotonía se expande hacia los personajes y los paisajes, los define, y daña de
manera irreversible la atmósfera, el interés, la posible fascinación por ellos.
Los personajes, Heidi, Trixi, Reiter, y los narradores hablan, a pesar de
ligeros cambios en las estructuras sintácticas, con la misma voz.
Y
algo parecido podría decirse de sus formas de ser. Todos los personajes de Los afectos – en general, todos los
personajes de la narrativa de Hasbún
-parecen padecer el mismo tipo de angustia, el mismo desasosiego; Hans,
Heidi, Trixi, Monika e Inti acá son imaginados a partir de un psicologismo
demasiado próximo al existencialismo liberal. Es como si, no pudiendo imaginar
más que unos pocos rasgos de la vida de los otros, Hasbún les impusiera una
manera uniforme de mirar y experimentar el mundo (en ninguno de sus otros
libros ha estado Hasbún más lejos de otro de sus escritores admirados,
Coetzee). En este sentido, Los afectos es una novela coral fallida (y, por cierto, no soy el único en notarlo).
Quizá
en esto reside lo más alarmante de la novela: no postula otra cosa que una
visión deslavada de otra época, que, en la novela, ha perdido su originalidad y
su irrepetible cadencia. Los afectos es
una visión de los 50 y 60 desde el sentido común de estos días. Es, un poco,
como si, para echar una nueva mirada sobre otro tiempo – otra forma de mirar,
de reconstruir, el pasado,– bastara con agregar decepciones amorosas, sexo y
melancolía.
La última
novela de Hasbún es una novela correcta, supongo yo, y pulcra. Tal vez sea
trepidante y bella (como anuncia su contratapa) para los lectores en búsqueda
de historias exóticas y novelas que puedan leerse sin dificultad – es
significativo que Juan Carlos el karai Valdivia
haya comenzado a adaptarla para una película. Además, es una novela corta,
controlable, que se aproxima a otra época para confirmar los prejuicios y la
sensibilidad del presente; una novela en la que el lenguaje, salvo unos pocos
momentos, está al servicio de los hechos. Del Hasbún que ha escrito Los Afectos se puede decir lo que dice
Amalfitano de los farmacéuticos ilustrados en algún lugar de 2666:
Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.
[1]
Aunque con unos meses de
retraso y a un precio elevado, Los
afectos se publicó en Bolivia. Los
días más felices y Nueve, por el
contrario, son libros que no pueden conseguirse aquí. Ocurre lo mismo con
varios libros de autores bolivianos publicados en España o en otros países de
Latinoamérica. No sé qué tanto margen de maniobra tengan sobre la publicación
de sus libros en el país, pero siempre me ha sorprendido que autores
frecuentemente clasificados como de la nueva narrativa boliviana, que, en
entrevistas, hablan de Bolivia y de literatura boliviana, hagan tan pocos esfuerzos por ser leídos en
este país.
[2]
Sin embargo, la selva,
los andes, los gringos y los indios, guerrilla y sexo, junto a extrañas
maniobras de marketig (el espaldarazo de Safran Foer) me ponían en guardia, me
hacían pensar también en una fórmula típica de literatura latinoamericana for export.
El libro de cuentos Nueve, son los cuentos de 5, publicado por 3600; y 4, publicado por El Cuervo. Infórmese un poco, señor crítico.
ResponderEliminarEn una entrevista, H. dice que Nueve ofrece una reescritura de esos cuentos. No son los mismos entonces. Le agradezco la información, pero en este caso no es muy relevante. Le paso el vínculo:
ResponderEliminarhttp://www.elcultural.com/noticias/letras/Rodrigo-Hasbun-El-cuento-siempre-se-ha-mantenido-vivo-en-Latinoamerica/7134