Dirección: Carlos Aquino
Participan: Carlos Frías, Ruth Sivila, Max
Vargas, Nicolasa Rojas, Nivardo Gallegos, Maria Rodríguez, Eloy Torres, Javier
[Ilegible en la copia], Tania Pérez,
Gualverto Valverde, José Rojas, Raquel Montan, y otros.
Cámara: Carlos
Aquino, Victor Montan
Aistentes:
Victor Montan, Vitalio Mamani
Música:
Ayopayamanta, Kjarkas, Kalamarka
Productora:
Centro Cultural Ayopayamanta
Independencia, 1991
Alguna vez, Godard dijo que los grandes filmes por venir serían creados
por aficionados, por quienes disfrutan del hacer cine más que preocuparse por
su recepción entre los cinéfilos o su éxito comercial. No estoy seguro de que Suwanaku sea una gran película, pero sí
sé que es más interesante que muchas de las películas de la época digital del
cine boliviano, y que no aparece en las historias críticas ni ha sido comentada
por los críticos profesionales, casi siempre demasiado ocupados con los
estrenos de las multisalas o con los rankings de los festivales más jailones.
Como mucho del cine nacional que es visto por la mayoría de bolivianos, Suwanaku puede conseguirse por 5 o 10 Bs
en cualquier puesto de venta de dvd de los mercados populares – mi copia la
encontré en una compilación que incluía el
Ladrón de las cholitas y Zona Sur.
Como mucho del cine boliviano que está fuera del foco de los intelectuales y
realizadores de clase media, Suwanaku
no se ha proyectado en salas de cine,
sino que encontró su circuito natural de distribución en los mercados de piratería
y su lugar de exhibición en las salas particulares y en el internet, donde lo
han visto alrededor de 40 mil personas.
Con Suwanaku, como con varios
filmes neorrealistas, lo importante es el registro del mundo, el fluir de la
vida, no la narración. El título dice casi todo acerca de la trama de
esta película: habrá un amor prohibido, la oposición de los padres a un posible
matrimonio, una escapada de común acuerdo entre él y ella, para así poder irse
a vivir juntos, y, después de pedirle perdón a sus familias, un final feliz. La trama, entonces, es apenas un soporte para filmar otra cosa: el
paisaje de Ayopaya, como se hablaba el quechua en la región, las personas
caminando el valle, cultivándolo o procurándose agua, o emborrachándose a
rabiar, los milagros de la vida cotidiana como materia estética.
Sentado en una loma, Pedro ve a Francisca, pastando sus ovejas a lo
lejos, Jacinto se levanta y comienza a gritarle, ella le responde algo, no sé
qué se dicen, porque Suwanaku está
íntegramente hablada en el quechua de los valles de Cochabamba, que apenas se
me hace accesible por algunas oraciones salpicadas de palabras en español. Al
contrario que mucho del filme indigenista (producido por hombres blancos de
clase alta), que pretende una representación transparente, directa y sin
mediaciones del mundo indígena y campesino, Suwanaku
establece de principio una distancia con el público urbano y ajeno a la
vida rural. Frente a esta película, somos unos extraños, y lo que se diga
tendrá que decirse partiendo de ahí.
Pedro baja por una pendiente, tocando el charango, hacia una quebrada
donde está Francisca. Con un zoom que se acerca y se retrae, sin cortes, la
cámara oscila progresivamente entre los planos generales, donde Pedro y
Rosita se pierden en el paisaje, hasta los planos enteros, en que ambos
aparecen en toda su individualidad. Casi toda la película está grabada con este
tipo de plano secuencia de encuadre cambiante, que reemplaza al montaje y, en
su lugar, permite un registro continuo del espacio, una variación amateur
andina del plano fenomenológico baziniano.
Aunque el encuadre varía constantemente y se trata de
una cámara en mano, la de Aquino y Montan es una cámara tranquila y paciente,
que permite el equilibrio necesario para observar cuidadosamente lo que está
ocurriendo frente nuestro: así, por ejemplo, cuando Jacinto le roba la bufanda
a Francisca y esta se resiste, el tiempo que le dedica a la secuencia permite
que, a partir de sus gestos y movimientos, nos hagamos una idea de los
sentimientos encontrados que ella tiene hacia él.
Si la mayor parte de la película está basada en una estética del
plano largo, la película no renuncia del todo a la potencia del montaje. En una
secuencia extraordinaria, recurriendo a un montaje alterno, la película logra
reproducir la atmósfera de expectación y júbilo antes de una fiesta comunal,
que además va a coincidir con el desenlace de la película. Desde lo alto de la
montaña, Jacinto y sus amigos, charangos y guitarras al hombro, observan la
puesta del sol sobre el valle; en algún otro lugar de la montaña, la familia de
Francisca baja en fila, hacia el pueblo. Hay poca luz, el viento agita las
hojas de las plantas, ellos están muy elegantes, vestidos con sus mejores agüayos,
y todo señala la fragilidad de un momento irrepetible.
Ya En casa de su madrina la familia de Francisca comienza a tomar
chicha, mientras conversan con ella. El zoom
oscila entre los planos grupales y los primeros planos. En un plano
general, la madrina ofrece a Francisca un vaso de chicha, mientras ella lo
recibe, el plano se achica, terminando en un primer plano de ella
vaciándolo. Si en otros casos el zoom permitía establecer las relaciones
entre los personajes y una naturaleza descomunal, ahora opera para establecer
las relaciones entre un individuo y su comunidad.
Un poco más tarde, vemos a Pedro y otro joven sirviéndose chica y
hablando. El joven le pide que toque algo, y el camarógrafo no duda en
registrar toda la canción:
Anoche pues te conocí
Ese ratito me enamoré
Enamorado estoy de ti
Cariñito de mi vida
Esta imagen deja ver que la representación de las mujeres ayopayeñas en Suwanaku desafía el lugar secundario y pasivo que les habían asignado otros cines locales. Cuando el padre de Pedro descubre que su hijo y Francisca se han escapado, enfurece y comienza a gritar e insultar a su hijo. En eso, la madre de Pedro llega, empuja al padre, lo insulta, lo obliga a disculparse y, pareciera, a aceptar a su nueva hija. Aunque el padre se tranquiliza, la madre sigue avergonzada de él, lo empuja con violencia y le grita Maldito, yana!
*
Además de ver
cine amateur por lo que propone en cuanto al estilo cinematográfico y lo que
dice acerca de las políticas de la representación, Suwanaku me hace pensar que hay que ver cine amateur o periférico
también por lo que éstas películas pueden mostrar acerca de las formas de
producción que son posibles hoy en un país como Bolivia. Hoy se habla mucho de
esto, pero en la mayoría de los casos, la reflexión se limita, como siempre, al
espacio de visibilidad del cine culto. No sé exactamente cómo fue producida esta
película, pero sé que se ha hecho con un presupuesto muy reducido, que parte de
una trama ritual que hasta cierto punto es conocida y aceptada por una
comunidad, que se ha filmado sin alterar demasiado las ocupaciones de los
protagonistas, con una dirección de arte mínima o sin dirección de arte alguna,
con personajes cuya verosimilitud recae en que comparten la misma condición de
los personajes que representan y conocen; sin ningún trabajo de postproducción
de imagen o sonido. Se trata, hasta cierto punto, de una radicalización amateur
de las reglas del dogma 95 – aunque rompiendo
la regla de no mencionar al director en los créditos (con lo que rompe, de
paso, la ilusión de varios cinéfilos citadinos que quisieran ver en aquí un cine ‘absolutamente colectivo’).
Interesante tu post, queria saber mas de la pelicula para considerar verla. Y ten por seguro que lo hare.
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