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viernes, 20 de mayo de 2016

Con / contra la tradición: dos posibles polos del campo literario boliviano | Textos de otros lugares

 Dos textos, un ensayo y una entrevista, que en su contraposición permiten comprender los polos en torno a los cuales se estructura – como hipótesis - el campo de literario boliviano.  ¿Se trata solo de este campo o estos polos organizan el inconsciente de todas las artes en este país?


Huérfanos
Maximiliano Barrientos, autor de La desaparición del paisaje, se pregunta qué significa ser escritor en una tradición menor.
[Publicado originalmente en Eterna Cadencia]
Algunos años atrás, antes de publicar mi primer libro, bromeaba con una idea que entonces, creía yo, perfilaba las líneas del escritor en el que me quería convertir: un escritor que escribía desde y para el cosmopolitismo. La frase, casi un chiste, que repetía a menudo con quien sea que hablara del tema, era más o menos esta: una canción de Lou Reed habla más de mi experiencia vital que cualquier taquirari. Imagino que lo que quería decir con aquello era que la educación emocional que tuve pasaba por productos culturales foráneos, productos culturales que también formaron a un escritor argentino, chileno, norteamericano o español. Esto no significaba que no escribiera historias ambientadas en Santa Cruz, la ciudad donde nací y donde me convertí en adulto, sino que escribía sobre ese lugar desde las estrategias que me aportaban las formas de arte que no eran originarias de mi terruño, y por lo tanto la frase mostraba un rasgo común a algunos de los escritores de mi generación que desdeñábamos el regionalismo y el nacionalismo por considerarlos una limitación autoimpuesta. Luchar contra esta forma de encierro era la única vía para escribir en el siglo XXI sin caer en arcaísmos.

Con el paso del tiempo la radicalidad de esa frase fue mostrando sus puntos blandos. Escuché a conciencia la música de Gladys Moreno y de El Camba Sota y comprendí, tardíamente, que ellos exploraban una sensibilidad que no distaba de la de otros músicos que me rompieron la cabeza. La radicalidad de esa frase que a veces soltaba con los amigos, como al descuido, fue erosionándose, pero la cito ahora porque creo que reflejaba cómo algunos de nosotros nos posicionamos ante la tradición y ante el dilema de la identidad, y revelaba el lugar que ocupábamos como escritores de una tradición menor que durante décadas se ha mantenido invisible a los ojos de los lectores latinoamericanos y europeos. ¿Qué significa ser un escritor de una tradición menor? Significa tener la ventaja de escribir sin la sombra de monstruos como Borges o Saer, Onetti o García Márquez. Significa la posibilidad de escribir con una libertad y un desparpajo que un argentino o un colombiano carecen. Significa escribir sin la angustia de las influencias, sin armar una obra en contra o a favor de otros que inauguraron brechas. Alguno protestará: nosotros, los bolivianos, tenemos a Jaime Saenz. Lo que es muy cierto, pero el fuerte de Saenz no es la narrativa, es la poesía, y si bien es uno de los poetas fundamentales de la lengua en español en el siglo XX, es casi un secreto, una figura de culto que, a pesar de las traducciones al italiano, al inglés y al alemán, se lo conoce muy poco.
Nosotros, algunos de los narradores bolivianos nacidos a fines de los 70 y a principios de los 80, somos escritores huérfanos. Hicimos de esa orfandad, de esa ausencia de referentes locales, una paradoja. Esto significa, por un lado, lo que ya mencioné hace un momento: la posibilidad de escribir desde la ausencia de presiones en un territorio que se nos presenta más o menos virgen, pero por otro lado representa la tara de escribir desde la marginalidad, desde la ausencia de garantías de un mercado que no apuesta por sus autores, donde los mecanismos de promoción son escasos, por no decir nulos.
Hace unos años, leyendo Elizabeth Costello, del inmenso escritor sudafricano J.M. Coetzee, me topé con un fragmento que sintetiza y profundiza las taras de ser un escritor de una tradición pequeña con un mercado literario inexistente.
Cito:
La novela inglesa está escrita por personas inglesas para personas inglesas. Esa es la naturaleza de la novela inglesa. La novela rusa está escrita por rusos para rusos. Pero la novela africana no está escrita por africanos para africanos. Los novelistas africanos tal vez escriban sobre África, sobre experiencias africanas, pero me parece que mientras escriben constantemente están mirando por encima de sus hombros a los lectores extranjeros que los leerán. Más allá de si les gusta o no, han aceptado el rol de intérpretes, están interpretando África para sus lectores. Pero, ¿cómo podrán explorar un mundo a profundidad si al mismo tiempo lo tienen que explicar a lectores foráneos? Es como el caso de un científico que intenta darle una atención total y creativa a sus investigaciones a la vez que tiene que explicar su trabajo a un grupo de estudiantes ignorantes. Es demasiado para una persona, no se puede realizar semejante tarea, no si se la quiere realizar en un nivel profundo. Ese, me parece a mí, es la raíz del problema. Tratar de ejercer la nacionalidad africana al mismo tiempo que se está escribiendo sobre ella.
Coetzee, a través de la voz de la apócrifa escritora australiana Elisabeth Costello, llama a esos escritores “intérpretes” porque su función es más didáctica que creativa. Saben muy bien que no pueden escribir para el lector africano por la razón de que no hay lectores africanos. Entonces buscan lectores fuera de sus fronteras, los buscan en Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos, y describen el mundo de donde provienen desde una perspectiva exótica porque saben que eso es lo que vende, porque ese es el lugar que ocupa África en el imaginario de occidente. Algo muy parecido aconteció con la literatura latinoamericana: todos los escritores que copiaron a García Márquez cayeron en la fórmula descrita por Costello: hicieron de este continente un lugar común a exigencias del mercado alemán o francés, y de esa forma echaron una larga sombra sobre otros novelistas y cuentistas que trabajaron seriamente sin la tentación de caer en estereotipos. Onetti, Levrero y Ribeyro son algunos de los que quedaron ensombrecidos por este hambre por lo exótico.
La solución a este dilema no pasa solamente por la aparición de buenos escritores. El paisaje no cambia por el surgimiento de una generación de talentosos cuentistas y novelistas que narren desde sus perspectivas individuales, el mundo donde tuvieron sus primeras pérdidas y derrotas, donde extinguieron sus infancias. El problema se soluciona a otra escala, tiene que ver con la aparición de lectores maduros que puedan modificar las exigencias del mercado local para que este tipo de literatura, una literatura no didáctica, una literatura que no dé concesiones al exotismo, exista. Algunos de los narradores bolivianos que empezamos a publicar a mediados de la década del 2000, más allá de las diferencias temáticas y formales, buscábamos hacer una literatura que no cediera a esos estereotipos. Si algo teníamos claro, era que no queríamos ser “escritores intérpretes”.
Cito a Coetzee:
En Australia tuvimos una situación similar, pero pudimos dar con una solución. Finalmente abandonamos el hábito de escribir para extranjeros cuando los lectores australianos alcanzaron la madurez, algo que aconteció en los años 60. Una camada de lectores, no de escritores, que ya existían. Abandonamos el hábito de escribir para extranjeros cuando nuestro mercado australiano decidió que podía soportar una literatura local madura. Esa es la lección que podemos ofrecer. Eso es lo que África puede aprender de nosotros.
¿Cuándo los lectores bolivianos van a alcanzar la madurez? Esta es una pregunta que me excede, que no puedo responder, pero que siento que a los escritores de mi tanda les ha interpelado más hondamente que a los de otras generaciones. Soy consciente de que la única forma en que la literatura boliviana deje esa condición de ostracismo en la que se ha metido durante décadas no pasa únicamente porque los escritores empiecen a publicar en importantes editoriales españolas o latinoamericanas, o porque sean traducidos a diversas lenguas, o porque escriban en diarios claves de Santiago, Buenos Aires o Madrid, ni siquiera pasa porque sean invitados a la Feria del Libro de Guadalajara o al Filba. Pasa por la respuesta a esa pregunta: ¿cuándo los lectores bolivianos van a alcanzar la madurez? En Santa Cruz de la Sierra no hay una comunidad lectora. Ya casi no hay librerías, y las que sí funcionan, lo hacen con libros viejos, de hace décadas, o con algunas novelas de saldo que los libreros consiguen en esporádicos viajes a Buenos Aires. El único suplemento cultural que hay ya no sale todos los sábados, lo hace cada mes. Nunca hay crítica de libros publicados. No pagan a colaboradores para que escriban reseñas. Como verán, mi ciudad es un páramo cultural. Y esa situación tan lamentable, en mayor o menor grado, se repite en toda Bolivia.
Para concluir, quiero establecer un diálogo entre estas reflexiones planteadas por Coetzee en Elisabeth Costello y un ensayo que ha sido clave para Latinoamérica. Un ensayo de Borges escrito en 1932 cuya vigencia se mantiene intacta hasta nuestros días. Me refiero a “El escritor argentino y su tradición”, en el que el autor de “El Aleph” defiende una literatura argentina que para constituirse como tal no pase por los colores del localismo, sino que beba de fuentes que no se encuentran en el folclore del país. Esa postura crítica ante cierto costado propagandístico del localismo, me parece a mí, ha sido la principal búsqueda de una parte de los escritores de mi generación. “Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esta tradición”, escribió Borges. “Creo que los argentinos, los sudamericanos en general, podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas”.
Si de algo estoy convencido, es que muchos de los jóvenes escritores se han dado cuenta de que no podrán escribir sobre Bolivia si no beben de esa gran tradición occidental que menciona Borges, si no se sumergen en ella con irreverencia, sin atisbo de solemnidad y sin complejo de inferioridad, para utilizar lo que les sirva y para descartar lo que no. También se han dado cuenta de que sin esa madurez lectora que exigía Coetzee, todas las obras que se hagan, más allá del riesgo y de la solvencia que contengan, serán esfuerzos aislados, individuales. A la hora de hablar de la buena salud de la literatura boliviana, se requiere analizar factores que no se limiten exclusivamente a la calidad de sus libros.

*

Entrevista a Juan Pablo Piñeiro
Escribir sobre mi ciudad y sobre mi país es un reconocimiento del aporte de la tradición literaria que pervive en mi obra.
Por Magdalena González Almada
[Publicada originalmente en Portaculturas]
Juan Pablo Piñeiro nació en La Paz en 1979, pero prefiere pasar su tiempo en la selva amazónica boliviana. Sin embargo, La Paz y sus personajes aparecen referenciados a lo largo de sus obras y guiones cinematográficos, los cuales no dejan de impactar y de ser reeditados, tal es el caso de las novelas Cuando Sara Chura despierte (2003) e Illimani Púrpura (2010). Invitado por la organización del Festival Internacional de Literatura en Córdoba, Juan Pablo respondió nuestras preguntas con desenfado y buen humor.

M.G.A: Si pensamos en la tradición literaria boliviana, ¿reconocés algún aporte que perviva en tu obra?
J.P.P: Escribir sobre mi ciudad y sobre mi país es un reconocimiento del aporte de la tradición literaria que pervive en mi obra. La Paz posee capas profundas que han sido esculpidas y reveladas por escritores como Bascopé Aspiazu, Arturo Borda y sobre todo Jaime Sáenz. Sáenz materializa en su obra un movimiento alquímico que permite nombrar ese “no sé qué” que tiene mi ciudad. Al escribir sobre La Paz, necesariamente uno se enfrenta a la obra de estos escritores. Uno debe decidir si niega esta influencia o la deja pervivir en el interior de la propia obra. Con Bolivia me sucede lo mismo, al escribir sobre mi país, escribo junto a Jesús Urzagasti, y su mirada es para mí una suerte de brújula que acomoda mejor mi viaje. Una tradición literaria verdadera no es un antecedente sino una compañía.
M.G.A: Últimamente se piensa que la narrativa boliviana del siglo XXI se ha separado estilísticamente de la producción del siglo XX, ¿creés que existen rupturas en tu obra que la separan de la tradición literaria anterior?
J.P.P: En verdad me parece que no tengo derecho a opinar de eso. Me parece que hay cosas que pertenecen al universo del lector y no al del que escribe. Ambos son necesarios para que se genere la intimidad de la literatura. Pero el que escribe no tiene ni voz ni voto en un acercamiento crítico a su propia obra, justamente porque la crítica no puede cargar semejante grado de subjetividad.
M.G.A: Tu primera publicación es Cuando Sara Chura despierte, ¿cuál fue el motivo por el que tomaste a una mujer como centro simbólico de la novela?
J.P.P: La escritura de Sara Chura fue un tiempo muy especial para mí porque descubrí cosas que todavía me maravillan. Entre esas cosas experimenté muy dentro de mí la cercanía del espíritu maternal de mi tierra como algo verdadero. Por otro lado, apareció también el deseo por acceder al universo femenino que se erotiza en el ambiente de las grandes fiestas de la ciudad. Sabía que no se habían escrito muchas novelas bolivianas cuya protagonista sea una mujer, y con certeza ninguna de ellas se parecía al personaje que yo presentía. En la primera versión no estaba Sara Chura, cuando apareció se puso a tejer y eso es lo que yo quería, que sea una tejedora.
M.G.A: ¿Creés que tu personaje Sara Chura podría interpretarse como una chola empoderada?
J.P.P: La verdad nunca lo he interpretado así, pero justamente esa es la literatura del lector. Muchas veces los lectores encuentran correspondencias coherentes que el autor no ha encontrado a la hora de escribir.
M.G.A: En el contexto literario, el modelo de cholas que solían aparecer en la narrativa boliviana crearon un paradigma como el de la Chaskañawi, la Miski Simi, la Claudina, ¿qué relación establecés entre esas cholas en la literatura boliviana y Sara Chura y la mamita Cristina de Illimani Púrpura?
J.P.P: No establezco ninguna relación. Son muy distintas. En lo que se parecen es en que la gran mayoría de los personajes femeninos de la literatura boliviana cumplen un papel exorcista con la sociedad.
M.G.A: ¿Cuál es la importancia social y literaria que para vos tiene la fiesta del Gran Poder?
J.P.P: La importancia social es la de borrar los límites artificiales entre los distintos habitantes de la ciudad, permitiendo que todos canalicen la misma embriaguez. La importancia literaria de esta fiesta es que inaugura portales a distintas dimensiones fantásticas y colectivas.
M.G.A: ¿Cómo definirías la “paceñidad”? ¿Cómo la vivís y la pensás? ¿Cómo lo incorporás a tu obra?
J.P.P: Es una pregunta muy compleja y prácticamente imposible de contestar. Puedo dar algunas impresiones sueltas acerca del tema. Ser paceño es ser andino. Ser paceño es ser hijo de la montaña, del Achachila. Ser paceño es ser contradictorio. Yo soy muy contradictorio, lo cual no quiere decir que sea incoherente, sino que existen fuerzas en mí que muchas veces son opuestas, y a mí me gusta que sea así porque me permite seguir creándome.
M.G.A: ¿El personaje del pajpaku que aparece en tu obra podría asemejarse al aparapita de Jaime Sáenz?
J.P.P: Yo creo que no. El aparapita de Sáenz cargaba en lo profundo de su ser una incomunicación, un silencio mortal, un idioma intraducible. Para mí el pajpaku es exactamente lo contrario, es la comunicación, la palabra que inventa y el idioma secreto.
M.G.A: ¿Cuál es tu relación con la cosmovisión aymara? ¿Cómo te llega y cómo llegás a ella?
J.P.P: Al ser andino, nacer en La Paz, uno se acerca con mayor facilidad al aymara. A mí me educó la mujer aymara que trabajaba en mi casa. El momento en que uno descubre que ciertas lógicas aymaras son más cercanas a nuestra esencia que las otras lógicas, entonces el enigma se hace aun mayor. Yo puedo entender el aymara, no puedo hablarlo, es muy difícil. Y no me sentiré un verdadero escritor hasta que aprenda a hablar este maravilloso idioma
M.G.A: ¿La ciudad que aparece en Illimani Púrpura representaría a La Paz profunda? ¿Cuánto hay de La Paz “real” en esta novela?
J.P.P: No creo que haya una ciudad “real” de La Paz, no solamente por la cantidad de lugares encantados sino porque muchos de sus seres inexplicables ven una ciudad distinta a la del otro. No hay un interés ni sociológico ni antropológico en la novela, el interés es telepático y la ciudad brinda sus escenarios para el viaje por la conciencia del personaje.
M.G.A: La inclinación del narrador a contar experiencias que funden lo místico y lo urbano ¿surge de qué experiencias?
J.P.P: De experiencias donde se fundió lo místico con lo urbano.
M.G.A: ¿Cómo es tu relación con el narrador de las novelas Cuando Sara Chura despierte e Illimani Púrpura?
J.P.P: Yo no creo en el autor. Uno simplemente recibe y devuelve un aire colectivo. Yo me siento más como un canal de un autor que desconozco, y que narra a través de narradores que para él son igualmente de desconocidos.
M.G.A: ¿Cómo te desarrollás en el campo literario boliviano? ¿Cuál es tu análisis acerca del mismo?
J.P.P: Muchas veces la tradición literaria de un país o su literatura no son cercanas a los campos literarios. Me parece que yo no intervengo mucho. Sin embargo, veo que en mi generación hay muchas propuestas interesantes y sobre todo distintas entre sí.
M.G.A: ¿Creés que los últimos diez años de historia del país han influído en algún punto tu obra?
J.P.P: Definitivamente, sobre todo en Sara Chura que nació cuando estaban empezando estos últimos diez años.
M.G.A: ¿Considerás que tu obra podría pertenecer a un género literario en particular? ¿Es esa una preocupación estética para vos?
J.P.P: No, no lo es. Suficiente tiempo y paciencia me demanda el hecho de que por lo menos parezcan novelas como para preocuparme por el género. Aunque la segunda la haya enmarcado de manera tan radical en el género de la literatura telepática.
M.G.A: ¿Considerás que en tus obras subyace (más o menos abiertamente) un propósito social?
J.P.P: Seguramente, pero no de manera consciente sino como una consecuencia de ciertas cosas que propone la obra.
M.G.A: ¿A qué lector están dirigidas tus obras? ¿Cuál sería tu “lector modelo”?
J.P.P: El lector modelo es el lector verdadero. El que intima con tu literatura. Yo no sé cómo son mis lectores verdaderos, pero sí sé que a esas diez o veinte personas no les puedo fallar.
M.G.A: ¿Cuál es tu relación con el cine? ¿Y cuál es la relación que establecés entre cine y literatura?
J.P.P: Llegué al cine de manera casual, me pidieron que haga un guión. Después terminé hasta de productor. Para mí el guión cinematográfico es un lenguaje muy difícil. Yo no puedo pensar en imágenes, mi universo se soluciona con palabras. Jamás consideraría un guión mío como parte de mi obra. El cine es una de las cosas que vinieron con este oficio de escribir.
M.G.A: Volviendo a lo literario, ¿creés que existen más de una forma de narrar Bolivia?
J.P.P: Si en Bolivia existen 36 idiomas, 36 maneras de entender el universo y 36 maneras de entender al ser humano, creo que son infinitas las posibilidades de narrar de una manera distinta el país.
M.G.A: ¿Cuál es tu relación con la crítica literaria? ¿Te sorprende que se estudie e investigue tu obra?
J.P.P: Sí, me sorprende, pero trato de no averiguar mucho para no influenciarme.
M.G.A: ¿Qué muestran de Piñeiro los guiones cinematográficos? ¿Y la narrativa?
J.P.P: Mi obra es la narrativa, los guiones no son literatura, son guías para poder filmar mejor, la narrativa en cambio es un medio y un fin.

jueves, 5 de mayo de 2016

Sobre los grupos de admiración mutua y promoción recíproca | Textos de otros lugares


Otra consecuencia de esta reproducción de la cultura académica dentro de círculos muy limitados, parecidos en muchos aspectos a las comunidades de interacción “cara a cara” estudiadas por los antropólogos, es frenar o sofocar la crítica (a lo menos la crítica expresada en espacios públicos como seminarios o publicaciones). Aunque uno piense que los trabajos de Fulano en realidad son defectuosos, se abstiene de decirlo públicamente porque es “un amigo”, “un buen tipo” y la crítica puede ser tomada como un insulto personal y también podría ser motivo para que el criticado maniobre en el mismo círculo limitado para obstaculizar el acceso a beneficios (como puestos de docencia) de la persona que le ha criticado. ... . En vez de espacios de debate, más bien se forman grupos de admiración mutua y promoción recíproca dentro de los cuales la crítica es reprimida y se fomenta ‘la defensa colectiva contra toda jerarquización de los empeños’[1]. .

Alison Spedding, Una introducción a la obra de Pierre Bourdieu, Mama Huaco, 2015. 


[1] Bourdieu, Homo academicus (1984/2008:135).