Vistas de página en total

miércoles, 13 de julio de 2016

Heroísmos de clase media (1) | Contribuciones

Reseña de Lxs Colectiverxs, Lurawi, el hacer. Una experiencia anarco-ch’ixi, en Colectivo 2, Jallupacha 2011 – 2012.

From: xx yy@gmail.com
To: pequeniascarnivoras@hotmail.com
Subject: Reseña
Date: Sat, 9 Jul 2016 18:51:03

Es respetable que un grupo de intelectuales de clase media, autoidentificados como anarquistas, decida participar en la construcción de su propio centro cultural, bajo la dirección de un maestro albañil y, sobre todo, que dos de sus miembros trabajen como sus ayudantes. Esta crónica, sin embargo, en una actitud típicamente clasemediera, lo presenta como algo heroico. A pesar de haberse publicado hace cuatro años, nadie lo ha reseñado o criticado. Espero no ser la única.

Lo que podría haber sido una rica descripción del proceso de construir una casa y de las dificultades que tiene que enfrentar un grupo de académicos  al dedicarse al trabajo de construcción y de horticultura, al que no están acostumbrados, termina siendo una declaración de principios abstractos, de clichés de izquierda vegetariana, una sucesión de reflexiones superficiales sobre la modernidad, el dinero, la basura, y una repetición de la doxa esotérica  sobre lo andino, siempre redituable en círculos letrados.

Así, nunca se le deja saber a la lectora cómo estuvo organizado el trabajo, qué tipo de trabajos concurrieron, cómo se le pagó al maestro y a sus ayudantes, qué tipo de voluntarios hubo, cuántos días duró la construcción, cuáles era las ocupaciones de los participantes tales que les permitían dedicar su tiempo libre a la construcción de la casa, entre otras. ¿En quiénes recayó la mayoría del trabajo? ¿No hubo colectiverxs que iban una vez por semana, movían una tabla, se sentaban a mascar coca y se iban? Tampoco hay mucho sobre la experiencia de construir la casa en sí. Se habla de adobes, de dinteles, de puertas, de cimientos, todo en términos generales.

Al parecer, la experiencia de crecimiento espiritual, a momentos mística, que ha resultado para los colectiverxs su encuentro con el trabajo manual (su ‘diálogo con la materia’), los ha privado de pensar que su experiencia es probablemente distinta a la de los albañiles, carpinteros y constructores que se dedican por entero a estas ocupaciones, y para quienes el trabajo físico no necesariamente representa un “potencial liberador” y, por el contrario, si consideramos los reportes de inseguridad laboral, su exceso representa un ‘mal en potencia’. Ajenos a este tipo de consideraciones, sintiéndose parte de una ‘energía vital que atraviesa generaciones y épocas’ (65), unx de los colectiverxs no duda en escribir cosas como la que siguen:

Puedo ver el trabajo físico como un potencial liberador del cuerpo, porque puede liberar a la gente de los gimnasios, del consultorio del nutricionista, de las clínicas de cirugía estética, de la obesidad a la que lleva el sedentarismo, la inacción… (Arnez: 67)

Si se trata de un ‘ejercicio ético’ de intelectuales y universitarios, me cuesta ver cómo es posible, a partir de dicho ejercicio, derivar semejantes recomendaciones de micropolítica pública (perdón por la contradicción). Y después, parece que el autor, que aquí ya bordea la autoayuda para intelectuales, piensa que ‘la gente’ es básicamente la gente de clase media, porque es dudoso que los albañiles bolivianos vayan al nutricionista, o sean obesos, o se sometan frecuentemente a cirugías estéticas.  

Otrx colectiverx ofrece el mismo tipo de banalidades planetarias:

… El trabajo material es algo que debe hacerse sí o sí. No puede esperar. Necesita de toda la fuerza y compromiso porque si no se hace bien no sirve para nada. Si uno no utiliza todo el rigor para hacer una casa, jamás se sostendrá en pie, o se caerá… Si uno no deja todo de sí en la siembra y la cosecha, se muere de hambre. La materia no puede ser moldeada más que a través del verdadero trabajo. (Murillo: 72)
… en realidad solamente jugamos a la oficina hueveando frente a una máquina mientras pensamos que lo realmente importante está detrás de un escritorio y no en el espacio que nos sostiene (sea rural o urbano), donde se dialoga con el adobe para que nos siga nutriendo, donde se dialoga con la materia para que nos siga protegiendo. (Murillo: 73)

Después de leer este elogio dicotómico del trabajo manual – que me hace suponer que después de esta experiencia el autor se habrá matriculado en algún curso de carpintería o al menos habrá aprendido horticultura, y habrá dejado, por lo menos parcialmente, sus ocupaciones académicas – sólo puedo pensar que estx colectiverx, no sabe muy bien de lo que habla. ¿Habrá pasado alguna vez más de unas horas dedicado al trabajo manual o a escuchar en serio a quienes lo practican? Cualquiera que haya charlado un rato con albañiles o agricultores sabe que una casa puede estar mejor o peor hecha (sin que esto signifique que vaya a desplomarse),o que una huerta puede deshierbarse con mayor o menor detalle (lo que afectará la cosecha pero no significará necesariamente ‘morir de hambre’). Aceptarlo, sin embargo, habría significado renunciar a una retórica a la que colectivx que necesita declararse irreverente no puede renunciar.

Manteniendo el mismo vuelo analítico, lo que se dice acerca de la modernidad no supera el sentido común y el sentimentalismo de la izquierda new age:  

La modernidad nos vuelve negligentes. Puedo dejar todo botado en cualquier lado porque alguien se encargará de levantarlo por mí. Puedo ensuciar todo a mi paso porque alguien recogerá la basura por mí. (Murillo: 73)

Al igual que en primera cita que he elegido para esta reseña, este colectiverx no se da cuenta de que no es la modernidad lo que está describiendo, sino las condiciones de existencia de la burguesía boliviana. Cualquiera que sea un poco menos gil se da cuenta de que no es la modernidad, por sí misma, la que ha puesto a estos intelectuales en sus escritorios. Después de todo, la modernidad ha visto surgir formas manuales de esclavitud contemporáneas y la formas de explotación redoblada.

Es sorprendente, también, la facilidad con que los colectiverxs hablan en términos de híper teoría, que en los peores casos ni siguiera comprenden

… desafiamos la hegemonía del binario cartesiano que nos ha educado a dividir cuerpo de mente y somos unx. (Montellano: 87)

Hasta donde entiendo, el cartesianismo no es binario, sino dualista, y la división del trabajo no se origina necesariamente en la idea de la separación entre mente y cuerpo, sino que está relacionado, como se ha argumentado desde la sociología y la antropología clásicas, con la complejización  y estratificación de una sociedad. Pero, ¿por qué pensar en variables estructurales cuando podemos dar vueltas sobre nosotras mismas, sobre las decisiones que hemos tomado ‘con respecto al consumo de algunos alimentos y productos del mercado’ (Montellano: 84)? No sé si es necesario decir algo acerca de lo exagerado que es suponer que los ejercicios espirituales de unxs cuantxs intelectuales de clase media desafía realmente la división del trabajo. 
*

La sensei Rivera es grande, pero siempre que habla de sus frecuentes viajes aéreos entre continentes, me pregunto si no siente algún remordimiento ecológico. Y luego, compara su trabajo en su huerto con el de Pasteur en su laboratorio, no es la más modesta de las pensadoras bolivianas. También dice que ‘el gasolinazo de diciembre terminó por volver[la] vegetariana’, con lo que una tendría que pensar que el salario como profesora emerita de la UMSA y profesora invitada de Columbia no le alcanza. Y para haber sido cocalera, como declara en más de una entrevista[1], no parece muy hábil para el trabajo manual ¡Tres semanas lijando una puerta!

(Continuará…)




[1] Aunque los rumores afirman que más bien se dedicaba a cuidar unos cuantos arbustos en una casa de veraneo de Coroico. 

*

Éste es blog no es un grupo cerrado más. Recibimos contribuciones, propuestas o cualquier otra cosa en pequeniascarnivoras@hotmail.com

sábado, 2 de julio de 2016

Lecturas en tiempo real - Sparrings peso mosca

Siguiendo la estela del anterior post y aprovechando que El Deber también publicó a la otra finalista del certamen, les proponemos leer juntos la crónica que mereció la mención honrosa del reciente concurso organizado por El Deber.

Pasta de Campeón
por Jhonnatan Torres

"Cuatro segundos sin aire. Uno, dos, tres, cuatro… (como si fueran eternos)
1: El golpe preciso en la boca del estómago me quita el aire.
2: Pierdo el equilibrio. Intento respirar, no caer, meter aire. Caigo.
3: Desde el lodo puedo ver a estos hombres de uniforme, sin identificaciones. Uno sigue en la motocicleta negra, destartalada y sin placas; esperando a ver qué hago.
4: El aire vuelve con dolor, quiero hablar para pedir ayuda. Apenas puedo aferrarme a mi mochila e intento alcanzar la grabadora que cayó a menos de un metro del anónimo uniformado. Esto lo enfada más.
- No estarás grabando, ¿no?
- No…
- Bueno, cojudito, mejor que aprendas a no meter tu nariz donde no debes."
(De entrada encontramos una crónica más fresca y audaz en su estructura, si bien tal vez menos fina en su acabado. El tono es completamente distinto a la pomposa seriedad del texto ganador. Lo paradójico está en que esa mínima novedad puede terminar ahuyentando a los jurados.)

"Una advertencia por meter la nariz donde no debo. Un canal de drenaje donde venden droga. Sí, y qué. Con una mezcla de enojo e impotencia, recuerdo esa tarde en que me metí en este lío. Todo había empezado con un apretón de manos. Así nada importante." (Como la crónica ganadora esta también adolece de problemas gramaticales y de estilo, que quizás sumados a un menor oficio terminen mostrándose más a los ojos de los jurados, gracias a cosas como las frases inconexas con la que cierra este párrafo.)

"Dos meses antes de ese gancho al estómago, mientras trataba de entender cómo funcionaba esta ciudad que estructurada en anillos, devora a quien no puede seguirle el ritmo, conocí a Miguel." (Vamos entendiendo mejor las razones de la derrota. El autor favorece un estilo algo recargado en el uso de cláusulas dependientes, con muchas comas y expresiones subordinadas, que en lo periodístico suelen percibirse como relativamente 'sucias'.)

"Alguna vez me contaron que dar la mano al saludar era una forma de demostrar que no tenías un arma y que podías ser confiable. Fue lo único que se me ocurrió cuando lo tuve en frente, extenderle la mano. Él hizo lo mismo.
- Buenas ¿qué hace por mi humilde barrio? -Me dice en tono de broma.
Ese día, y así, conocí a Miguel Medina, quien a sus 56 años tenía las arrugas que te dejan la nostalgia, unos pantalones blancos y la autoconfianza de quien ha recibido muchos golpes en la vida.
- Yo fui boxeador, creo que por eso sigo vivo. - Dice." (Lo mismo se puede decir de una voz narrativa engorrosa, algo desordenada y hasta un poco cursi.)

"El negocio de la familia eran (...)" (Si la mención honrosa de un concurso se puede permitir un gazapo de este tamaño, mal vamos.)

"Entrenar para pegarle a la gente iba en contra de la voluntad civilizadora de los tiempos." (Uf, las razones de la derrota se van haciendo más y más claras)

"Ese año llegó un promotor de la AMB. Y eligió a unos cuantos. Para estar en esa selección había que hacer más que pelear. Había que ganar. " (Los problemas de estilo comienzan a ser serios.)

"Miguel combinó golpes al hígado, el estómago y la mandíbula, esa serie de golpes se convertirían en su marca personal." (La materia prima está, falta oficio, relectura y un poco de ingenio en la edición. Veamos: "Miguel lanzó golpes al hígado, estómago y mandíbula, una combinación que se convertiría en su marca personal.")

"Eran los 80 pues, el narcotráfico había sentado sus reales en Bolivia." (Uf, parte 2.)

"“La Perla” cayó por primera vez. No era un chiste. No estaban para bailar, lo iban a romper. Entonces comenzó a subir las manos, a cubrirse la cara, se olvidó del estilo. Por cada golpe que daba, recibía tres. Miguel no era un hombre fácil de tumbar. Era un toro que arrasaba con todo. “La Perla” recibe un golpe al hígado, cae, los golpes siguen y el público comienza a aullar." (¿Por qué el tiempo verbal de la narración de repente cambia de pasado a presente en medio párrafo?)

"Un fajador es un boxeador que combate a corta distancia intercambiando golpes hasta que alguien se desmorona. Digamos, Rocky Balboa." (¿No se podía citar a un púgil que no fuera de ficción, aunque sea por no parecer un diletante del deporte?)

"- Bueno, en la medida de lo que su forma de vida lo permite, se ha ganado el respeto de la gente ahí abajo." (Algunas partes de las conversaciones, especialmente los parlamentos del autor, no suenan naturales.)

"- Y siguió intentando, como cuando fumó la primera vez… (un fajador)" (No hace falta subrayar tanto lo que un lector apenas atentó ya notará.)

"- A varios (se ríe, pero inmediatamente cambia el semblante) he visto y he vivido muchas cosas. Cosas feas a veces." (Este segmento ilustra las carencias técnicas del autor, casi un autosabotaje.)

"La pasta base de cocaína (conocida también como paco, bicha, bazuco o carro) se produce con los residuos de la cocaína y es procesada con químicos como el diésel, queroseno y ácido sulfúrico." (Una oración tan salida de un manual antinarcóticos, o de la Wikipedia, honestamente sobra.)

"- Sí, ¡el campeón de la pasta! (risas) ¿Ve? Por eso me decían que yo tenía “Pasta pa´ campeón”." (Nos comemos nuestro zapato si esta conversación sucedió realmente así.)

"que hay un truco de engañar " (¿Un truco para? Y aquí vamos a parar de leer.)

"Intenté hablar sobre el tema con el Municipio, pero ese día el Oficial Mayor de Desarrollo Humano renunciaba, y en la Policía, los altos mandos estaban muy ocupados en la organización de la seguridad durante el Carnaval. Daban ganas de ir a llorarle a Gardel. Pero acá no tenemos eso. Un Gardel." (Uf tres.)

"Es el Wonder world de los perdidos." (¿Qué?)

"Albañiles, chicos bien, camioneros, taxistas, chicas bien, hombres de oficina, artistas, malabaristas callejeros. A todos les gusta la miel." (Uf cuatro.)

"Pura poesía. Todo." (!)


(Bien, la estructura de la crónica es algo confusa o por lo menos no fluye con la facilidad de la ganadora. No se impone una consistencia tonal, con elementos narrativos, de entrevista, de periodismo investigativo, desperdigados por todo el texto. El juego con planos temporales no está igual de bien resuelto. Espinoza los maneja mejor, tomando menos riesgos.
Dicho eso, esta crónica presenta personajes mucho más interesantes, una historia 'real' (no las elucubraciones sobre un fallido encuentro con una celebridad), y el ego del autor pesa menos. Leemos sobre Miguel y su vida, no sobre lo que opina de esta el autor, un lastre que en nuestra opinión debió serle fatal a la crónica que resultó vencedora.
Para resumir, nos preguntábamos por las razones que hicieron ganadora a la crónica que se coronó con los lauros del certamen. Habiendo leído a los dos finalistas que divulgó la organización, la respuesta es fácil. Gano el texto menos malo, aquel con un oficio más evidente.)