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lunes, 11 de abril de 2016

Los afectos

 Rodrigo Hasbún, Los afectos, Random House – El Cuervo, La Paz, 2015; 80 Bs.

Para varios de sus críticos y sus lectores, incluyéndome, la narrativa de Rodrigo Hasbún representó una apertura en la literatura boliviana, sus cuentos y su primera novela establecían una alternativa frente a los bestsellers neocostumbristas, su crítica a la literatura de los escritores mediocres, burócratas a sueldo que escribían durante el fin de semana, refrescaba un campo literario que tiende hacia el conformismo y la mojigatería.

Leyendo, hace dos años, Los días más felices y, el año pasado, Cuatro, sus libros de cuentos más recientes[1], comencé a tener la sensación de que, en la mayoría de sus relatos, sus temas, sus exploraciones y su lenguaje, comenzaban a agotarse, y que, a la par que este agotamiento, en ellos también se notaban sutiles intentos por encontrar nuevos caminos, que no terminan de aclararse. Recuerdo, al notar esto, haber pensado que si Hasbún no encontraba maneras de moverse, de variar, de experimentar, su narrativa terminaría estancándose, hacerse predecible, la melancolía y el intimismo, sin la rabia y una cierta ingenuidad adolescente, se habían hecho demasiado cómodos.

Los afectos, su publicitada novela, anunciaba ese posible desplazamiento. Una novela basada en experiencias históricas, que se aproximaba, a través de la vida de una familia de inmigrantes alemanes, a la exploración, a los desencuentros culturales, a la guerrilla y al radicalismo político, parecía un acierto, una inteligente forma en que la intimidad y el bullicio de la vida colectiva podrían narrarse, una manera en que  Hasbún podría ser fiel a sí mismo y, al mismo tiempo, traicionarse[2]

Esta última novela es, en efecto, un desplazamiento en la obra de Hasbún, pero no es la novela que había esperado. Es, de algún modo, un paso en falso, un retroceso, un salto al vacío con paracaídas.

Desde sus primeras páginas, me ha parecido que, a diferencia de sus libros anteriores, Los afectos es una novela que tiende al didactismo, a la acotación sociológica, a la orientación turística. Desde el principio, los personajes / narradores en la novela de Hasbún, están explicándonos, de manera apresurada y superficial, la historia de Bolivia, su geografía, sus lugares comunes. Paitití, el capítulo en el que esto es más notorio, parece un capítulo pensado para estudiantes de un college deseosos de encontrar un libro que los prepare para la experiencia boliviana.

La contención y la concisión del estilo, elogiadas como si, por sí mismas, fueran interesantes o valiosas, hacen, por el contrario, que el lenguaje de la novela sea monótono, acartonado, el de un alumno aventajado de una clase de español internacional. En sus cuentos y en su primera novela, un cierto minimalismo permitía que el contrapunto con los silencios permitiera emerger momentos decisivos y que, de algún modo, lo que no se decía tiñera de una belleza trágica lo aparente, pero en Los afectos el lenguaje me parece excesivamente neurotizado, reprimido, de un cosmopolitismo impostado, fácilmente comercializabe (en ningún otro lado Hasbún se había alejado tanto de su admirado Bolaño). Una novela sobre alemanes inmigrantes a un país multilingüe, fracturado, podría haber motivado a tomar riesgos e innovar, pero el estilo de Hasbún desemboca en una lengua sin densidad de ningún tipo, no sólo histórica, sino tampoco literaria, que apenas si se eleva por encima de las funciones comunes del lenguaje, y mucho menos lo interrumpe o lo fuerza. Las pocas veces que Hasbún intenta recrear el habla popular, el resultado es patético.

Esta monotonía se expande hacia los personajes y los paisajes, los define, y daña de manera irreversible la atmósfera, el interés, la posible fascinación por ellos. Los personajes, Heidi, Trixi, Reiter, y los narradores hablan, a pesar de ligeros cambios en las estructuras sintácticas, con la misma voz. 

Y algo parecido podría decirse de sus formas de ser. Todos los personajes de Los afectos – en general, todos los personajes de la narrativa de Hasbún  -parecen padecer el mismo tipo de angustia, el mismo desasosiego; Hans, Heidi, Trixi, Monika e Inti acá son imaginados a partir de un psicologismo demasiado próximo al existencialismo liberal. Es como si, no pudiendo imaginar más que unos pocos rasgos de la vida de los otros, Hasbún les impusiera una manera uniforme de mirar y experimentar el mundo (en ninguno de sus otros libros ha estado Hasbún más lejos de otro de sus escritores admirados, Coetzee).  En este sentido, Los afectos es una novela coral fallida (y, por cierto, no soy el único en notarlo). 

Quizá en esto reside lo más alarmante de la novela: no postula otra cosa que una visión deslavada de otra época, que, en la novela, ha perdido su originalidad y su irrepetible cadencia. Los afectos es una visión de los 50 y 60 desde el sentido común de estos días. Es, un poco, como si, para echar una nueva mirada sobre otro tiempo – otra forma de mirar, de reconstruir, el pasado,– bastara con agregar decepciones amorosas, sexo y melancolía.

La última novela de Hasbún es una novela correcta, supongo yo, y pulcra. Tal vez sea trepidante y bella (como anuncia su contratapa) para los lectores en búsqueda de historias exóticas y novelas que puedan leerse sin dificultad – es significativo que Juan Carlos el karai Valdivia haya comenzado a adaptarla para una película. Además, es una novela corta, controlable, que se aproxima a otra época para confirmar los prejuicios y la sensibilidad del presente; una novela en la que el lenguaje, salvo unos pocos momentos, está al servicio de los hechos. Del Hasbún que ha escrito Los Afectos se puede decir lo que dice Amalfitano de los farmacéuticos ilustrados en algún lugar de 2666:  

Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez. 




[1] Aunque con unos meses de retraso y a un precio elevado, Los afectos se publicó en Bolivia. Los días más felices y Nueve, por el contrario, son libros que no pueden conseguirse aquí. Ocurre lo mismo con varios libros de autores bolivianos publicados en España o en otros países de Latinoamérica. No sé qué tanto margen de maniobra tengan sobre la publicación de sus libros en el país, pero siempre me ha sorprendido que autores frecuentemente clasificados como de la nueva narrativa boliviana, que, en entrevistas, hablan de Bolivia y de literatura boliviana,  hagan tan pocos esfuerzos por ser leídos en este país.

[2] Sin embargo, la selva, los andes, los gringos y los indios, guerrilla y sexo, junto a extrañas maniobras de marketig (el espaldarazo de Safran Foer) me ponían en guardia, me hacían pensar también en una fórmula típica de literatura latinoamericana for export.

2 comentarios:

  1. El libro de cuentos Nueve, son los cuentos de 5, publicado por 3600; y 4, publicado por El Cuervo. Infórmese un poco, señor crítico.

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  2. En una entrevista, H. dice que Nueve ofrece una reescritura de esos cuentos. No son los mismos entonces. Le agradezco la información, pero en este caso no es muy relevante. Le paso el vínculo:

    http://www.elcultural.com/noticias/letras/Rodrigo-Hasbun-El-cuento-siempre-se-ha-mantenido-vivo-en-Latinoamerica/7134

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