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martes, 20 de octubre de 2015

Los girasoles



La historia de la realización del cortometraje, según la ha contado Boulocq a varios medios, es la siguiente: en algún momento de 2013, Boulocq enferma con mayor o menor gravedad, y se halla obligado a reposar en su departamento, decide, entonces, un cortometraje con lo que tiene a la mano: su cámara, el espacio que habita, los objetos más cercanos, las vistas de la ciudad. 

El cortometraje registra, en cuatro secciones musicalizadas, el marchitarse de un grupo de girasoles en un jarrón, dentro de un departamento localizado en una zona de clase media alta de una ciudad boliviana. Cada sección se dedica a un, digamos, ‘ciclo vital’ de los girasoles: su nacimiento, su vida, su muerte y su permanencia a través de otros (el único plano registrado fuera del departamento es el de una plantación de girasoles). Los girasoles, de esta manera, son un medio, una forma de aproximarse a una condición de la existencia humana.

Hay, desde el principio, algo fallido con esta manera de utilizar, de mirar esas flores. Los planos detallados y los movimientos envolventes, parecieran llamar la atención sobre la materia misma, sobre la imposibilidad de  conocerla totalmente, sobre lo desconocido que se abre en el momento en que uno se aproxima de una manera diferente a aquellos que hasta ese momento era familiar. Por el contrario, el montaje, el encadenamiento y, sobre todo, la música, someten la materialidad al desarrollo de una tesis – una tesis, por otra parte, demasiado predecible. Hay un cierto autoritarismo manipulador del autor sobre la imagen y sobre los espectadores. Es como si, partiendo de la posibilidad que dejaba abierta la materia, Boulocq se quedara con un simbolismo poco sensible. 

Luego, Los girasoles no se aparta demasiado – salvo en su duración – del lenguaje de la publicidad, sus planos podrían usarse, sin mucha alteración, como comercial para una floristería (quizá éste es otro origen posible del mediometraje, ya que Boulocq, como se sabe, se dedica también a la publicidad). Los planos preciosistas, la atención sobre un objeto considerado noble, la corrección de color armónica y realista, la música culta, el movimiento estabilizado y controlado, hay demasiado Belleza allí. 

En realidad, ya hay un problema de cursilería en la tesis cinematográfica que organiza Los girasoles. Cualquiera que haya prestado un poco de atención al mundo natural o a sus clases de biología básica, sabe que las flores no provienen de los floreros, y que su ciclo vital no comienza en un living room. Una investigación más profunda acerca de la vida natural de estas flores, podría haber llevado a Boulocq a una plantación y, ya ahí, a su inevitable relación con otras especies - ahí, tal vez, el realizador habría descubierto la interconexión de las cosas y Los girasoles habría podido, no sé, desembocar en una pieza procesual y posthumanista, como las de Lucien Castaing Taylor, Vérena Paravel y otros etnógrafos sensoriales. 


La escasez de medios y el encierro físico no son un pretexto para ofrecer una película ideológica. Hace unos años, Viktor Kossakovsy, desde un encierro parecido, eligió un camino opuesto para Tische. Grabar lo que ocurría en la calle, y, a partir de ello, poetizar la vida cotidiana y abordar el sinsentido de la vida humana con humor.  

Si alguna vez el cine intimista rompió con las imágenes cinematográficas convencionales de las clases altas –  se suele pensar que antes habían estado representadas de una manera muy torpe –, encontró nuevas maneras de mostrar cinematográfica  y exploró la posibilidad, en el cine producido en este país, de continuar liberándose de estereotipos y programas militantes, con Los girasoles muestra una de sus posibles derivas: la esterilidad expresiva y el encierro narcisista. 

   

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