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sábado, 19 de septiembre de 2015

Ensayos potenciales: Sobre el cine autoral de Juan Carlos Valdivia

‘Potenciales’ es una sección dedicada a plantear textos que, por una u otra razón, no podemos escribir en toda en toda su extensión. Que otros hagan suyas estas ideas, las elaboren o las destrocen.


"Siempre estuve en contra de la visión del artista romántico. Para hacer la película que quería hacer me di cuenta que debía hacerme empresario y crear una familia que es Cine Nómada" – JUAN CARLOS VALDIVIA


Después de la descripción de una o dos escenas de Zona Sur e Yvy Maraey, el ensayo plantearía una idea central: el cine autoral de Valdivia puede interpretarse sobre todo como un cine ideológico o publicitario, que se piensa a sí mismo como representación de una nación imaginada desde la perspectiva estatal, y, como tal, es un cine acartonado y predecible, como una larga hora cívica a donde se asiste obligado.

En una digresión, diría que si esto no ha sido planteado por otras críticas, reseñistas y personas que escriben sobre cine es porque el modo representacional del cine de Valdivia es parte del sentido común de la mayoría de intelectuales de clase media y alta, que son, en general, quienes escriben sobre cine (o, también, porque de la simpatía de Valdivia dependen una serie de empleos y beneficios, y poca gente quiere enemistarse con uno de los caudillos del cine local) – creo que esto explica, también, que estas películas hayan sido elegidas como parte de las películas fundacionales de Bolivia, un canon que asume que la tarea del cine, como si fuera una política pública, es la construcción de la identidad nacional.

A partir de Zona Sur e Yvy Maraey, intentaría mostrar hasta qué punto estas películas pueden interpretarse como alegorías nacionales en las que los personajes se pretenden siempre como representantes de una  clase o de fracciones de clase, de etnicidades o de pueblos, por lo que no abandonan y no se alejan de cierto estatuto de estereotipos. Aprovecharía alguno de los lugares de esta sección para decir que el cine de Valdivia es un cine de la esencialización de las identidades – un cine que, a pesar de intentar recrear la dinámica de las identidades, las muestra fijas, estáticas, inverosímiles. No sé cómo lo conectaría con esto, pero aquí señalaría que el cine de Valdivia es el cine del multiculturalismo liberal: sobre todo en Ivy Maraey, pero también en Zona Sur, las diferencias culturales se utilizan para oscurecer las diferencias de clase, intentándolas parecer irrelevantes (creo que el único crítico que ha notado esto ha sido Mauricio Souza), y usando un diálogo intercultural de laboratorio para borrar los antagonismos reales, cotidianos, irreductibles.  

No sé si antes o después, diría que el cine de Valdivia es un cine típico de las preocupaciones de las clases medias y altas, obsesionadas con la identidad nacional y con la identidad individual, con ser cosmopolitas al tiempo que se reconcilian con sus supuestas raíces indígenas (utilizándolas de manera folclórica, también se podría escribir). Como ejemplo están todas las ridículas reflexiones de Andrés Caballero en Ivy Maraey.

En una nota al pie, diría que, paradójicamente, las clases populares, a la que este cine ideológico o publicitario también pretende representar, parecen estar interesadas en asuntos hasta cierto punto más inmediatos y carnales: la violencia (Pandillas en el Alto), la fragilidad de la amistad (Los buitres), la ritualidad y sus transformaciones (Tinku, Suwanaku), y otras.

Diría también que como todo discurso de sensibilidad estatal, la tarea de las películas autorales de Valdivia es suavizar el conflicto, hacer controlable el deseo y pulir lo irrepresentable de lo real: en las películas de Valdivia, las peleas y combates parecen coreografías edulcoradas, las escasas escenas de sexo, cuando las hay, parecen calcadas de la publicidad de lencería, y los paisajes parecen sacados de postales o almanaques – en general, lo que es cierto para el amor y la guerra en el cine de Valdivia es cierto para cada aspecto de sus películas, parecen recubiertas de plástico, y no es fácil diferenciarlas de la publicidad que hace para Paceña o la Agencia Nacional de Hidrocarburos. Aquí reforzaría la idea diciendo que incluso el Chaco que describe Nordensköld en sus trabajos antropológicos, escritos hace casi un siglo, es mucho más interesante, fluido, y vital que el Chaco que representa Valdivia: un chaco en el que no hay bolsas de plástico ni explotación petrolera ni conflictos ambientales.

En algún lugar diría además, que el cine de Valdivia es el cine del esteticismo vacuo y la hipertrofia de la cinematografía publicitaria. Algunxs han escrito que sus dos últimas películas son arriesgadas y representan innovaciones formales,  sobre todo ya porque Zona Sur está basada en planos secuencia circulares e Yvy Maraey en largos planos secuencia,  pero esto, para mí, sólo muestra que confunden estilo con forma cinematográfica. En cuanto se pone a la atención a los encuadres, a la puesta en escena, a la actuación, al diseño sonoro, a los diálogos – es decir, a todo lo que en realidad constituye la forma cinematográfica – se ve que las películas no hacen más que continuar una forma tradicional de imaginar el cine en este país.

Si me preguntaran la fórmula con la que se resumen las películas de Valdivia, diría lo siguiente: preocuparse por películas que sean interesantes desde el punto de vista estatal, el de la cooperación internacional o estén de moda entre los intelectuales de clase media alta, leer superficialmente cualquier tipo de teoría, y aplicarla como se pueda al tema elegido, encontrar la forma de armar una producción enorme (para este país) y gastar mucho dinero, asegurarse de que la película esté acompañada de una intensa campaña de mercadeo, y hablar, hablar mucho de uno mismo y de su misión como cineasta.

Tal vez en una nota al pie, señalaría lo contradictorio que es que la productora / empresa de Valdivia se llame Cine Nómada, cuando no hay nada más alejado de una máquina de guerra – en el sentido de Deleuze – que esta empresa, encargada de la publicidad del estado, vinculada al gran capital boliviano y a los medios masivos de comunicación. Si Valdivia se presenta a sí mismo como un cineasta independiente, habría que preguntarse si lo hace por cinismo o por estupidez, o por una combinación de ambas cosas..  


Terminaría el ensayo con una tesis medio incendiaria. Diría que el cine de Valdivia representa, hoy, todo lo viejo y anacrónico en el cine boliviano. La subordinación hacia la política estatal, el exotismo, el culto a la personalidad (tanto del cineasta como la de los jerarcas del estado), el recurso a un postmodernismo superficial ya caduco en círculos intelectuales menos insulares que el boliviano, la forma de producción todavía industrial, altamente dependiente del dinero, la mezquindad intelectual (notoria sobre todo en el plagio de ideas curaturiales de otros programadores). Tal vez se me ocurrirían otras cosas. Aclararía que Valdivia no es, sin embargo, ningún padre al que haya que matar: tan sólo es otro cacique que ha hecho de las suyas  protegido por sus redes de negocios, a quien, por un mínimo de decencia, habría que criticar y joder.

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